Todo el mundo tiene recuerdos, y para cuando es capaz de
hablar en la lengua de su país o tribu, los relata. Los tergiversa los agranda
o los empequeñece para olvidarlos, no los cuenta y los reprime, los manifiesta en
los gestos aunque nadie sepa que sean producto de un recuerdo. Son inevitables
la reacciones hacia los recuerdos que se desvanecen cada momento, el proceso
puede ser acelerado o se puede intentar hermetizarlo como en una bolsa zic-pac
para que permanezca intocable y destaparlo cuidadosamente para relatarlo con índices
bien humectados de babas y ante unos oídos bien dispuestos.
Los recuerdos se desvanecen y es inevitable, solo quedan migajas
de lo que percibimos en el momento y mucha imaginación o modificación a la
conveniencia del momento en que nos encontremos, es decir, queda muy poco de lo
que experimentamos subjetivamente en una situación y más de lo que queremos
recordar. Pero ese no es el meollo del asunto para mí, lo que me intriga es
conocer la naturaleza misma del recuerdo.
Porque todos verán en los recuerdos nada más que imágenes inofensivas
que se traen al momento para compartirse, pero para mí al menos están cargados
y son más o menos pesados en la medida de que pueden hasta atormentar la misma
existencia, es decir, en algunos casos los recuerdos vienen a la mente o es tan
mas presentes por el significado que tienen para el mismo ser que lo experiencia,
y puede atormentar la psiquis del individuo cuando “reviven” algún malestar
emocional imperativo al recuerdo.
Así que en lo que compete a los recuerdos que no son únicamente
imágenes que se compilan y apiñan y hasta se desgastan para convertirse en fósiles
que no contienen ya ningún tejido biológico sino que se mineralizan y pierden
vida; vale aclarar que en el caso de los “recuerdos más pesados” funcionan como
una barrera mental o como una reafirmación de la decadencia existencial.