viernes, 2 de noviembre de 2012


Todo el mundo tiene recuerdos, y para cuando es capaz de hablar en la lengua de su país o tribu, los relata. Los tergiversa los agranda o los empequeñece para olvidarlos, no los cuenta y los reprime, los manifiesta en los gestos aunque nadie sepa que sean producto de un recuerdo. Son inevitables la reacciones hacia los recuerdos que se desvanecen cada momento, el proceso puede ser acelerado o se puede intentar hermetizarlo como en una bolsa zic-pac para que permanezca intocable y destaparlo cuidadosamente para relatarlo con índices bien humectados de babas y ante unos oídos bien dispuestos.
Los recuerdos se desvanecen y es inevitable, solo quedan migajas de lo que percibimos en el momento y mucha imaginación o modificación a la conveniencia del momento en que nos encontremos, es decir, queda muy poco de lo que experimentamos subjetivamente en una situación y más de lo que queremos recordar. Pero ese no es el meollo del asunto para mí, lo que me intriga es conocer la naturaleza misma del recuerdo.
Porque todos verán en los recuerdos nada más que imágenes inofensivas que se traen al momento para compartirse, pero para mí al menos están cargados y son más o menos pesados en la medida de que pueden hasta atormentar la misma existencia, es decir, en algunos casos los recuerdos vienen a la mente o es tan mas presentes por el significado que tienen para el mismo ser que lo experiencia, y puede atormentar la psiquis del individuo cuando “reviven” algún malestar emocional imperativo al recuerdo.
Así que en lo que compete a los recuerdos que no son únicamente imágenes que se compilan y apiñan y hasta se desgastan para convertirse en fósiles que no contienen ya ningún tejido biológico sino que se mineralizan y pierden vida; vale aclarar que en el caso de los “recuerdos más pesados” funcionan como una barrera mental o como una reafirmación de la decadencia existencial.